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miércoles, 3 de agosto de 2016

Feliz aniversario

Mi casa está vacía, las paredes descoloridas debido al papel tapiz arrancado, dejando el espectro de unas horribles flores rosas y corroídas colgando perezosamente de una pared a la cual los años le ha cobrado su existencia, la tenue luz no parece mejorar la situación y el olor a humedad acompaña la escena con buen agrado. La mesa de la cocina se ha ido, seguramente escapó de este penoso lugar, pero se olvidó atrás a las sillas y al mantel; pobre de ellos.
Camine desde la puerta de la cocina a la de la habitación y en el momento que toque el picaporte me paralicé. Mi cuerpo dejó de ser mío y paso a ser parte de esa temible puerta, como si yo fuera un candado que no se debía abrir, como si no pudiera avanzar más de lo que ya había avanzado, como si me hiciera uno con la roída alfombra, el picaporte y éste departamento de mala muerte.
Del otro lado de la puerta se encuentra mi pasado, y el cadáver de una historia que todavía no ha terminado.
Hace un año que no vengo a este lugar, no sé si ella se ha ido o no, desde aquel lluvioso día no la he vuelto a ver, desde aquel día he sido feliz.
La felicidad también se encuentra en la soledad, en disfrutar de un momento de reconciliación personal y en la casa de mamá. Lo cierto es que la edad no importa, la casa de mi mamá es y siempre será mi lugar seguro, en este mundo inseguro.
El timbre sonó y mi cuerpo reaccionó, abrí la puerta tan solo unos centímetros y el timbre volvió a sonar, dejé todo como estaba y corrí a atender; algo no estaba bien, algo no olía bien y algo me daba temor. Miré por la mirilla y me encontré con la vieja loca de la encargada del edificio. Supongo que esa mujer no iba a cambiar en tan solo un año, su espantosa bata aterciopelada y de colores chillones sigue estando pegada a su piel y los ruleros del año 80 siguen estando donde no deberían estar; mientras el tiempo pasa esa vieja mujer empieza a poner cara de pocos amigos, aunque dudo que alguno le quede vivo.
Al abrir la puerta, una vos gruesa y desagradable grita mi nombre- ¡Ernesto ! Maldita sea, pensé que me ibas a dejar acá parada hasta que eche raíces en tu putrefacta alfombra de bienvenida -  si les tengo que ser sincero,lo he pensado durante medio segundo, pero las consecuencias de eso serían peores a lo que estoy por terminar de escuchar.
- Ernesto, te estoy hablando querido. ¿Es que acaso tenes cera en los oídos? Te estoy preguntando si ya te deshiciste de ese olor a mala mierda que sale de tu apestosa casa. Supongo que la mierda huele a mierda, no, Ernesto?
- Debe ser el olor que sale de su putrefacto cuerpo señora, porque en mi casa no hay olor alguno.
- ¡Mirá nene, no permito que nadie hable de mi edad y menos que me insulte de esa manera!
- Entonces, ¿ De que manera debo de insultarla?
La vieja encargada, se dio la vuelta y se marchó como si nada hubiera pasado, nada fuera de lo normal.
Cerré la puerta dando un portazo, y pude escuchar de lejos su voz maldiciendo en arameo. Me pasé el resto del día limpiando cada rincón de ese desastroso departamento como si fuera lo único que pudiera hacer, hasta que cada mancha en nuestra historia quedo borrada.
Eran las diez de la noche y todavía quedaba un macabro lugar de este maldito departamento que no me animaba a limpiar, así que después de tomarme todo el alcohol que quedaba en esa vieja nevera, reuní el valor necesario para entrar a lo que iba luego a transformarse en mi infierno personal por el resto de mi miserable vida.
Tomé el picaporte con una mano, mientras que en la otra sostenía una pobre aspiradora que pedía clemencia, y girando el picaporte, traspasé la puerta al infierno.
El olor a podrido golpeó mi cara con fuerza y una sensación más que desagradable me recorrió el cuerpo. La maldita vieja tenía razón, mi casa olía a mierda de primera calidad.
La cama estaba deshecha, los muebles cubiertos de una fina capa de polvo y las cortinas amarillas de tanto tiempo colgadas me daban una triste bienvenida. No importaba a donde mirara, no podía encontrar de donde provenía ese horrendo olor. Pensar que en algún momento de mi vida éste era el lugar que más me gustaba del mundo, donde compartía todo con ella, donde podíamos estar sin estar y ser quien éramos. Hablábamos de cosas sin sentido, con sentido y sin sentido otra vez, eramos dos desconocidos, dos amigos, dos amantes, pero siempre eramos uno. Es triste saber que en algún momento, no sé cuando, ella se enfrió y nos rompió. Ya no eramos amigos, ni amantes, ni uno, solo eramos dos desconocidos viviendo juntos, dos personas que se habían olvidado de quien eran para convertirse en algo que era peor.
Sin importar cuanto limpiara, ese olor seguía presente, yo no sé por qué. No encontré nada fuera de lo normal, ella seguía en el mismo lugar que la había dejado, junto al espejo, con su mejor vestido; es cierto que su maquillaje se había ido un poco, supongo que fue debido a que sus labios  perdieron su color y se volvieron blancos, pero eso no era nada que no se pudiera arreglar, así que solo los pinté un tono más fuerte de lo normal, le arreglé un poco su peinado y la dejé  exactamente como debía estar. Antes de irme, me puse su perfume preferido y la besé, ahora en sus fríos labios, que en algún momento fueron cálidos como el fuego.
Di una última mirada a mi obra de arte y cerré la puerta. No volvería a este lugar hasta su próximo cumpleaños, o hasta que la encargada me vuelva a llamar.
Cerré con llave y candado el departamento y emprendí mi caminata a un nuevo infierno de pasión.
Mientras caminaba de regreso a la casa de mamá, pude recordar la calidez de su sangre en mis manos, sus dulces gritos de desesperación y el sonido de su último suspiro, como si fuera el final de la mejor canción.





1 comentario:

  1. Hola! Me ha gustado mucho lo que has escrito, yo también me quedo por aquí, te dejo mi blog, un beso! entrelibrosycoletas.blogspot.com.es

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