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martes, 4 de agosto de 2015

El diario de Tao

Hola mis amores he vuelto, me han extrañado? Espero que sí . Hoy les traigo lo que va a ser mi nuevo trabajo para el blog.
Voy a escribir una serie de capítulos sobre Tao, mi nuevo personaje , que espero que les guste, porque yo me he enamorado de ella y de su dulzura para ver las cosas. Como digo siempre, estoy abierta a sugerencias, así que, si quieren aportar su granito de arena a la historia me lo dicen y trataré de hacer que suceda, después de todo no solo me gusta divertirme cuando lo escribo, sino que ustedes se diviertan también y que salga algo lindo de todo ésto.


El capítulo de hoy se titula:






                      Mi nueva familia



Quiero dormir, quiero volver a mi casa y meterme en mi cómoda y espaciosa cama de sábanas suaves y con olor a lavanda.  La nueva cama en la que duermo no me gusta, no es cómoda, no es mía. Nada de lo que me rodea es mío. Me  siento ajena en una casa que se supone me pertenece, pero que de alguna forma sigue siendo la casa de mi marido y de su familia.

Me casé hace ya un mes y me sigo sintiendo incómoda, supongo que es normal, la verdad es que no lo sé, nunca nadie me contó cómo me iba a sentir o que era lo que tenía que hacer.
Acá nadie sabe de mí, quién soy o de las costumbres de mi país, y yo tampoco sé quiénes son, ni que se acostumbra hacer aquí. Poco a poco nos vamos conociendo, nos vamos adaptando y quizás luego de un par de días más, logre quererlos.

A mi esposo lo amo, eso es un hecho, pero su familia es harina de otro costal. Son todos tan diferentes entre ellos que no los puedo llegar a entender. Mi nueva madre, o suegra, como mi marido dijo que era costumbre llamar, vive constantemente preocupada por las cosas que debe hacer en la casa y aunque yo trato de ayudarla ella no me deja, dice que yo no tengo que hacer nada de eso, que cuando tenga mi propia casa me encargaré de ella, pero ésta no es mi casa. Desde que traspasé la puerta de la cacita de paredes blancas y puerta azul, supe que no estaba en casa.

 La abuela de mi marido, es una señora de 90 años, muy simpática y activa, cosa rara para su edad. La abuela me cae bien, solo tiene un único defecto, y es que está constantemente tratando de meter comida en mi boca para, según ella, subir de peso y estar sana para dar a luz a sus nietos. La abuela quiere tener nietos antes de morir, supongo que la puedo entender, pero no logro comprender el beneficio de subir de peso, en mi pueblo, la mujer sana no tiene más que el peso adecuado y yo estoy en mi peso adecuado desde que terminé la universidad.

 Mi marido también tiene dos hermanas, una más desgraciada que la otra, pero que de cierta forma me resultan divertidas. Las dos hermanas son unas solteronas empedernidas y se jactan en todo momento de su condición; hace un mes éste hecho me causaba repulsión, pero ahora ya me han explicado que acá es algo normal, que la mujer no tiene la obligación de casarse y tener hijos. Yo supongo que está bien, no me parece natural, pero tampoco me gusta juzgar. Lo que me preocupa de éste hecho, es que yo siento que tengo la obligación de hacer perdurar el apellido, ya que mi esposo es el único hombre de la familia y aunque no estamos apurados en concebir una nueva vida por el momento, tampoco lo hemos hablado. Tener un hijo sería lo indicado.

Mi nueva casa es linda, chiquita pero cálida, aunque no me pertenezca. El cambio de cultura y de idioma fue muy fuerte para mí, pero me gusta sentir el olor dulce del desayuno que prepara mi suegra todos los días o la cena tan rica que hace mi marido. El almuerzo es algo que me gusta hacer todos los días junto a mis nuevas hermanas. Ninguna de las tres sabemos cocinar bien, pero mamá nos ayuda un poco y la abuela, quien se sienta en la mesa de la cocina mientras tratamos de cocinar algo, nos da instrucciones y nosotras como buenas marineras hacemos lo que nos ordena. La abuela, es la capitana del barco, mamá es la oficial y mis hermanas y yo somos parte de la tripulación. Mi marido es otro caso, él para nosotras es el rey del barco, no sé si eso existe o no, pero no importa, ustedes deben haber entendido.

Mi marido es el único hombre entre cinco mujeres y el responsable de cuidarnos a todas, es realmente agradable y protector, él es el único en la familia que habla mi idioma, y tengo que dar gracias por eso.

 Cuando estamos en nuestro cuarto, es cuando me puedo relajar realmente y comunicarme en mi lengua materna.  La noche, es el momento del día que más me gusta. Mi mente puede descansar tranquilamente y dejar de tratar de pasar del chino al inglés y del inglés al español. Todavía no sé muy bien hablar en español, pero mi nueva familia me enseña todos los días y cada vez voy mejorando más. Cuando hablo sueno raro y mis hermanas algunas veces se ríen de mí, pero mi esposo dice que eso está bien, que es normal y que le gusta que suene rara, porque de esa forma siempre me voy a acordar de mis raíces. Adoro a mi marido, supongo que si no lo amara tanto no habría dejado todo para venir con él a un país en el cual no me puedo comunicar.

El primero de julio, nuestro avión aterrizo y cuando bajamos de él me vi inmersa entre cuatro mujeres gritonas y lloronas que me abrazaban y decían cosas que yo no comprendía. Mi marido me tuvo que explicar que ellas eran de su familia y que ahora yo pertenecía a ella también. Después del espanto del primer momento al no saber quiénes eran y qué querían me uní a su alegría, fue lindo darme cuenta de cuan festivos y agradables eran, pero sobre todo, de ver la sonrisa enorme que tenía mi amor en su cara y lo mucho que se notaba que se querían. Es lindo darse cuenta que los gestos y las miradas son universales y que no necesitamos de un idioma para comprendernos, porque después de todo somos iguales.

Los primeros días luego de mi llegada fueron los más difíciles hasta el momento. Mi nueva familia quería saber todo de mí, después de todo Mariano y yo nos habíamos casado sin yo conocerlos y ellos a mí, las diferencias de idiomas no fueron muy beneficiosas, pero Mariano hacía de intérprete y de esa forma todo fue más fácil. Con el pasar de los días y la ayuda de todos, comunicarnos fue siendo un trabajo menos arduo.

Ahora ya me puedo comunicar mejor. Sigo hablando raro y como un indio, como dicen mis hermanas, pero nos podemos entender. No me puedo ofender con ellas y nunca lo haría por reírse de mi forma de hablar, para mí también es gracioso escucharlas hablar a ellas, es como si cantaran todo lo que dijeran, hay veces que me siento dentro de un musical, y ni que decir cuando se ponen a hablar todas juntas, no solo no sé lo que dicen, sino que parece una mala comedia de esas que pasan por la tele.

Mariano viaja mucho debido a su trabajo y yo cada tanto lo acompaño, me gusta conocer nuevos lugares y lo que  es mejor es que no interfiere en mi trabajo, ya que todo lo que hago lo puedo hacer con solo tener una conexión a Internet. Cuando él se va solo, que son pocas veces, yo me quedo con ellas cuatro; al principio me sentía invadida pero luego ya no. Siempre viví sola con mi padre y al no tener hermanas ni madre, mi casa era muy callada. El silencio es algo que todavía extraño, quizás es lo que más extraño, en ésta nueva casa todas hablan y en todo momento. Donde vivo ahora es una casa feliz.

Me agrada mucho la idea de que mis hijos crezcan en una casa llena de alegría y con una familia que los va a mimar. Estoy segura que la abuela les va a hacer sus escarpines, ya que tiene unas manos para tejer que son muy buenas. La abuela me dijo que me iba a enseñar a hacer lo mismo que hace ella, pero estoy en la duda de que algún día me salga tan bien como le sale a ella, todo depende de la práctica me dijo, y yo le prometí que iba a practicar todos los días. Mamá los va a consentir con la comida, hace unas tortillas que están de muerte y una sopita que pone contento a todo estómago. Sus tías les van a mostrar el mundo y les darán la opinión sobre cada cosa que hagan o digan, ellas siempre tienen algo para decir. Y por último Mariano, les va a enseñar el mundo  y enseñarles nuevos idiomas. Mis hijos van a ser muy felices.  Espero algún día poder llevarlos a conocer mis tierras.


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